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Unas escenas que eran una reminiscencia de la caída de Saigón, los dirigentes del gobierno apresuradamente con sus maletas y huyendo en helicóptero desde el tejado del palacio presidencial. Sólo que esta vez no se trataba de invasores extranjeros que huían de un ejército de liberación nacional, sino un presidente electo que huye de su propio pueblo. Mientras que las miradas del mundo estaban puestas en otra guerra en Afganistán, había estallado otra guerra. La semana previa a la Navidad, Argentina estaba en guerra. Pero no una guerra entre las naciones, sino una guerra entre ricos y pobres, entre los que tienen y los que no, una guerra entre las clases.

Las elecciones legislativas argentinas del 14 de octubre han puesto de manifiesto varias cosas: en primer lugar, el enorme descontento acumulado en la sociedad, en segundo lugar la crisis y divisiones existentes en el seno de la clase dominante y, por último, pero lo más importante de todo, la búsqueda por parte de cientos de miles de jóvenes y trabajadores (así como de sectores de las capas medias) de una alternativa de izquierdas frente a la crisis económica, social y política que atenaza al país.

"En esos momentos cruciales cuando el antiguo régimen se hace insoportable para las masas, estas rompen las barreras que les excluyen de la arena política, apartan a sus representantes tradicionales y crean por su propia intervención las bases de un nuevo régimen" (Trotsky, Historia de la revolución rusa).

En México este 6 de julio ha finalizado el proceso electoral que tenía como objetivos cambiar la tercer parte del Senado, el conjunto de la Cámara de Diputados y como elemento más importante la elección por primera vez de Jefe de Gobierno para el D.F.