La derrota de la izquierda en Madrid dibuja un escenario político nuevo. Pero también, simbólicamente, cierra un ciclo con el abandono de Pablo Iglesias de la actividad política, coincidiendo con el 10º aniversario del 15M. La lección es clara: quienes pretendieron impugnar el régimen del 78 sin proponerse luchar contra el sistema capitalista que lo sustenta, terminaron asimilados y devorados por sus instituciones.
La derrota de la izquierda en Madrid y el abandono de Pablo Iglesias de la actividad política dibujan un escenario nuevo en el Estado español.
Simbólicamente, la marcha de Iglesias coincide con el 10º aniversario del 15M. Se cierra así un ciclo: el de quienes pretendieron impugnar el régimen del 78 sin proponerse luchar al mismo tiempo contra el sistema capitalista que lo sustenta, y que terminaron asimilados y devorados por sus instituciones. Ni Iglesias, Errejón, Garzón, Colau ni, mucho menos, Yolanda Díaz hablan ya de “romper el candado del régimen del 78”, sino de pedirle permiso para hacerle algunos retoques.
La victoria de Ayuso en Madrid no se debió solo a los trucos empleados por la derecha para ensuciar la campaña y agitar el fantasma de la violencia, como la mejor manera de movilizar su base social. Sin poder ofrecer PSOE y UP una alternativa a la dramática situación social, Ayuso lo tuvo fácil para su discurso demagógico a favor de “abrir la economía”. Para decenas de miles de trabajadores precarios y de servicios, pasivos políticamente, por no hablar de los miles de pequeños propietarios, esa era al menos una propuesta concreta que les daba alguna certidumbre.
Declive de Unidas Podemos
En Madrid se repitió lo ocurrido en Catalunya, Galicia y Euskadi. Cinco años atrás, Unidas Podemos alcanzaba sus mejores resultados en todos estos territorios, sobrepasando al PSOE. Ahora, ha sido relegada a lugares marginales. Ha sido superada por fuerzas de izquierda que aparecían más radicales (Bildu, BNG, ERC) o más frescas (Más Madrid).
Y no es casual. De presentarse como impugnadora del Régimen del 78 y proponerse desbancar al PSOE, ha pasado a considerarse una fuerza subalterna al mismo, arrastrándose ante él para implorarle un lugar en su gobierno, tirando por la borda su programa y cualquier acción reivindicativa en la calle. Unidas Podemos es vista ahora como el “ala izquierda” del régimen, con su reivindicación empalagosa de la Constitución, la ley y el orden. Como parte del gobierno, ni siquiera ha sido capaz de obligar al PSOE a cumplir integralmente su acuerdo de gobierno. El escepticismo que genera se traduce en una pérdida cada vez mayor de apoyo electoral.
La marcha de Pablo Iglesias
Aunque la decisión de Pablo Iglesias de abandonar el gobierno y presentarse como candidato de Unidas Podemos, fue clave para darle dinamismo y dramatismo a la campaña, al final no tuvo el efecto buscado. La derecha lo utilizó para llevar al extremo el histerismo de su base social e introducir una perspectiva de caos en un sector del electorado obrero si la izquierda ganaba, en la sucia campaña que desplegó. Ha quedado claro que Iglesias sobreestimó su ascendiente sobre la clase obrera madrileña y un sector de la clase media, en el momento actual. Fatalmente, perdió el tirón irresistible que tenía años atrás. Ha pagado el precio de sus continuos zig-zags a izquierda y derecha. Los golpes de efecto no pueden sustituir una política y un programa claro. Le faltó confianza en la clase obrera y le sobró tacticismo y afición por maniobras políticas que frecuentemente tomaban desprevenida a su base social.
La participación de UP en el gobierno central ha sido fatal. En la oposición, sin ataduras, podía haber demostrado su utilidad y señalar un horizonte y unas expectativas, denunciando valientemente los entresijos del sistema. Agotadas las expectativas que despertaba en provocar un cambio radical en las condiciones de vida y en la sociedad –las causas de su extraordinario impacto en las familias trabajadoras hace 7 años– su destino estaba sellado. Cierto es que ha sufrido una persecución y un acoso criminal y despiadado por parte del régimen, empeñado en destruir al que quizás ha sido el dirigente de izquierda más capaz y elocuente desde la Transición. Pero enfrentado al gran capital y a un aparato de Estado franquista reaccionario, ni la elocuencia ni la capacidad más descollantes pueden sustituir las únicas herramientas capaces de derrotarlos: las ideas y el programa del socialismo internacional, y la confianza en la clase trabajadora.
La forma en que Pablo Iglesias decidió marcharse, inevitablemente ha tenido un efecto desmoralizador en miles de activistas obreros y de izquierdas, abandonando el barco en plena deriva. Sin congresos en Podemos e IU, sin debate interno, sin programa, sin pedir opinión a las bases, designó a dedo de manera “caudillista” a sus “sucesoras”: Ione Belarra como dirigente de Podemos, y a la ministra de trabajo Yolanda Díaz, como dirigente de Unidas Podemos, claramente situada a su derecha.
Incluso si fuera correcto ceder el testigo a una nueva dirección, debería haberse hecho de manera ordenada. Un dirigente serio se habría mantenido al frente y convocado un congreso extraordinario para dar la oportunidad a la organización de discutir un balance y actualizar su programa, sobre el que elegir nuevos dirigentes.
Iglesias, en lugar de hacer un balance crítico de sus acciones, lo ha planteado en términos personales: “no quiero polarizar”, “no quiero ser un chivo expiatorio de la derecha”, "ni aglutinar a la reacción", etc. ¿Qué significa esto? ¿Que ha sido demasiado izquierdista, que ha ido demasiado lejos en su oposición al régimen? La conclusión que pueden sacar muchos de sus partidarios es clara: hay que girar a la moderación, no molestar en temas sensibles, dejar en paz a la Corona, e integrarse más abiertamente al régimen.
Se fue Iglesias. Tuvo el mérito de hacer vibrar a millones de hombres y mujeres de la clase trabajadora, de llenar de pánico a la burguesía de este país a la que hasta el último día le ha provocado pesadillas por señalar la dictadura que ejercen los banqueros y grandes empresarios, la corrupción de la monarquía, y levantar la bandera de la República. Pero la tarea principal sigue siendo la construcción de una corriente marxista de masas, democráticamente estructurada, no basada en una sola persona, sino en el programa revolucionario del marxismo y en la movilización activa de la clase trabajadora y demás sectores oprimidos.
¿Qué perspectivas?
La derecha está ahora borracha de arrogancia y prepotencia. Se incrementarán las conspiraciones del aparato del Estado y la insolencia de la patronal para acelerar el desgaste y la caída del gobierno. Consecuentemente, podemos prever un estancamiento de Vox, ahora que el PP aparece ante las capas medias como una alternativa “ganadora”.
Sánchez confía en resistir, previendo que el alivio de la pandemia y el repunte económico con la ayuda de los fondos europeos, le permitirán sortear el paso. Pero no puede eludir el ajuste fiscal que le exige la UE ante la descomunal deuda pública del 125% del PIB. Y prepara una batería de aumentos de impuestos a las familias obreras y la clase media (desbonificación de la declaración conjunta del IRPF de la unidad familiar, peajes en las carreteras, combustibles, revisar al alza el IVA reducido, etc.) mientras que el prometido aumento de impuestos a los ricos se retrasa sine die. Seguirá fielmente los dictados del Ibex 35 que le impone sólo unos cuantos retoques a la reforma laboral y a la ley mordaza del PP, y propuestas para retrasar aún más la edad de jubilación. Y no es imaginable que los actuales ministros de Unidas Podemos presenten la misma resistencia a las agachadas de Sánchez ante los ricos que presentaba Iglesias.
Nos encontramos en un momento de transición. Sin referentes políticos estimulantes, las capas más activas de la clase, que desconfían y odian a la derecha, sólo tendrán la opción de levantar de nuevo el estandarte de la lucha.
Por una alternativa revolucionaria
No hay motivo para el pesimismo. La lucha de clases es dinámica, los acontecimientos se suceden día a día, asuntos imprevistos golpean fuertemente en la conciencia y provocan cambios rápidos en la psicología de todas las clases; partidos y dirigentes surgen y desaparecen cuando son puestos a prueba, el cabreo y la frustración siguen acumulándose, y las provocaciones y payasadas reaccionarias de la ultraderecha, que sigue sin poder asentarse en los barrios obreros, pueden desatar una respuesta airada de la clase en cualquier momento. Lo que vimos en Madrid fue una alianza temporal e inestable entre la pequeña burguesía (pequeños propietarios, profesionales, etc.), una capa acomodada de trabajadores y sectores atrasados la clase obrera, que tratan de hacer pie en medio del torbellino de esta crisis colosal por la que vivimos, dispuestos a creer en milagreros sociales. Tendrán un duro despertar.
Lo más importante: miles de jóvenes y trabajadores están comprobando las limitaciones de las políticas reformistas para solucionar los problemas sociales. El interés por una alternativa revolucionaria integral al sistema se hará cada vez más patente. La necesidad de una corriente marxista revolucionaria enraizada en la clase trabajadora y la juventud es más acuciante que nunca. No hay tiempo que perder. Es por eso que te invitamos a unirte a nosotros si estás de acuerdo con esta perspectiva.