“De lo expuesto se deduce que la revista, que quiere ser órgano de prensa del materialismo militante, debe ser, primeramente, un órgano combativo en el sentido del desenmascaramiento y persecución sin tregua de todos los ‘lacayos diplomados del clericalismo’ de nuestros tiempos, lo mismo si actúan en calidad de representantes de la ciencia oficial o en calidad de francotiradores que se tildan a sí mismos de publicistas ‘demócratas de izquierda o ideológicamente socialistas’.”[1] (Lenin, Sobre el significado del materialismo militante)
Bienvenidos a la más reciente edición de En defensa del marxismo, que representa un nuevo y emocionante punto de partida para nuestra revista.
En los nueve años transcurridos desde que comenzó a publicarse, en la primavera de 2012, la revista En defensa del marxismo (IDoM) ha establecido una sólida reputación por sus análisis y comentarios marxistas serios sobre cuestiones teóricas y temas candentes del movimiento obrero.
Aunque inicialmente se lanzó como una revista británica, siempre ha tenido una fuerte orientación y audiencia internacional. Siguió de cerca la línea política de marxist.com, el conocido sitio web que se ha ganado una merecida reputación por su defensa constante e intransigente de la ideología y los principios del marxismo revolucionario.
Desde hace algún tiempo sentimos que la Corriente Marxista Internacional necesitaba una revista teórica y la candidata obvia para este papel era IDoM, que tenía la ventaja de estar “confeccionada” y bien establecida.
La línea política de la revista no cambiará, salvo la nueva maquetación y presentación. Sin embargo, la nueva revista aparecerá ahora en varios idiomas además del inglés (ya se han planificado traducciones al español, portugués, alemán y sueco, y seguirán otros idiomas). Se publicará en decenas de países de todo el mundo, ya sea en papel o en formato digital.
Confiamos en que nuestros lectores actuales continuarán brindándonos el mismo apoyo entusiasta de siempre y esperamos dar la bienvenida a un gran número de nuevos lectores, convencidos que las ideas del marxismo seguirán siendo una fuente inagotable de inspiración para los trabajadores revolucionarios y jóvenes en todas partes.
La importancia de la teoría
El primer número de la revista IDoM renovada es un número especial dedicado principalmente al tema del marxismo frente al posmodernismo. Algunas personas pueden sorprenderse con esta decisión. ¿Por qué perder el tiempo discutiendo ideas abstractas y obscuras que no tienen relevancia para la clase trabajadora?
Pero esta crítica está totalmente fuera de lugar. El marxismo no se limita a la agitación sobre temas de interés inmediato para la masa de la clase trabajadora. El marxismo es mucho más que un programa político y una teoría económica. Es una filosofía, cuyo vasto alcance cubre no solo la política y la lucha de clases, sino toda la historia humana, la economía, la sociedad, el pensamiento y la naturaleza. Con demasiada frecuencia se olvida que Marx y Engels comenzaron como filósofos y que una filosofía revolucionaria, el materialismo dialéctico, se encuentra en el corazón mismo de su pensamiento.
Como señaló Lenin en su clásico del marxismo, ¿Qué hacer?:
“Sin teoría revolucionaria tampoco puede haber movimiento revolucionario. Jamás se insistirá bastante sobre esta idea en unos momentos en que a la prédica de moda del oportunismo se une la afición a las formas más estrechas de la actividad práctica”.[2]
La lucha revolucionaria de clases no se puede reducir a la lucha inmediata de la clase trabajadora. Entre las innumerables sectas en disputa que reclaman falsamente el título de marxistas, con frecuencia encontramos un desprecio apenas velado por la teoría y una adoración servil por lo que consideran ser “cuestiones prácticas”.
Los periódicos de las sectas están llenos de agitación barata, escrita en estilo “popular”, como si los trabajadores fueran niños pequeños incapaces de captar “ideas difíciles”. Esto simplemente muestra un desprecio esnobista por los hombres y mujeres de la clase trabajadora, un rasgo típico de la mentalidad pequeñoburguesa y una característica de aquellos que no tienen un conocimiento real de la clase trabajadora.
De hecho, los trabajadores pronto se cansan de que les digan cosas que ya saben muy bien. Son muy conscientes de que los patrones los explotan, de que viven en casas malas, que les pagan salarios demasiado bajos, que pagan demasiado por el agua y la luz, etc. Pero los trabajadores pensantes, aquellos que ya han entendido la necesidad de un cambio fundamental en la sociedad, no se nutrirán de migajas tan rancias.
Los trabajadores más avanzados y combativos buscan una dieta más satisfactoria. Desean adquirir una comprensión seria del mundo en el que viven. Lejos de dejarse desanimar por la teoría, estos trabajadores tienen sed de conocimientos e ideas. Es tarea de los marxistas genuinos ayudarlos a adquirir esas ideas.
Sin teoría no tendríamos ninguna razón para existir como una tendencia política separada. Es lo que nos distingue, por un lado, de los reformistas tanto de izquierda como de derecha, y por otro lado de los absurdos sectarios. El papel de nuestra revista no es decirles a los trabajadores lo que ya saben, sino proporcionarles el arsenal teórico necesario que los prepare para las grandes tareas que están pendientes.
La lucha por la teoría es un requisito previo fundamental para preparar a los trabajadores para la lucha por el poder. Quien no comprende esto, no comprende qué es el marxismo. Junto a las luchas económicas y políticas, como explicó Engels, la clase obrera también debe librar una guerra contra las ideas dominantes en la sociedad burguesa. El Anti-Dühring de Engels y el libro de Lenin sobre empiriocriticismo fueron ejemplos clásicos de esa lucha.
Es nuestro deber pasar a la ofensiva contra las ideas burguesas reaccionarias que continuamente se están produciendo en las universidades. Debemos exponer sin piedad a los profesores burgueses por lo que realmente son: “lacayos graduados del clericalismo”, para usar la frase con la que Joseph Dietzgen describe a los profesores universitarios, los defensores idealistas del sistema capitalista.
El materialismo dialéctico sigue siendo una de las armas más importantes de nuestro arsenal revolucionario. Y dado que el materialismo dialéctico es la base y fundamento del marxismo, es bastante lógico que de todas las teorías de Marx ninguna otra haya sido tan atacada, distorsionada y calumniada.
En el período actual, el arma más destacada de la burguesía contra el marxismo ha sido el posmodernismo, que es la forma más cruda de idealismo subjetivo. El honor de luchar contra la corriente, de combatir estas ideas místicas e irracionales, recae en la vanguardia revolucionaria de la clase obrera.
Todas y cada una de las escuelas filosóficas de los últimos 150 años, por lo menos, son simplemente una regurgitación, de una forma u otra, de las ideas irracionales del idealismo subjetivo: las variedades de idealismo más crudas, absurdas e inútiles. La última moda posmodernista es solo otra de estas variantes.
Una de las máximas principales del posmodernismo es la negación del progreso en la historia. Pero incluso la consideración más superficial de la historia indica claramente la existencia de períodos de gran avance y también períodos de evidente regresión. Estos períodos encuentran su reflejo inevitablemente en la historia del pensamiento en general y de la filosofía en particular.
En el período de su ascenso histórico, la burguesía jugó un papel muy progresista, no solo en el desarrollo de las fuerzas productivas y, por lo tanto, expandiendo poderosamente el poder de la humanidad sobre la naturaleza, sino también en la expansión de las fronteras de la ciencia, el conocimiento y la cultura.
Lutero, Miguel Ángel, Leonardo, Durero, Bacon, Kepler, Galileo y muchos otros pioneros de la civilización brillan como una galaxia, iluminando la amplia carretera del avance científico y cultural humano abierta por la Reforma y el Renacimiento.
En su juventud, la burguesía fue capaz de producir grandes pensadores: Locke, Hobbes, Kant, Hegel, Adam Smith y Ricardo. En el período de su declive, solo es capaz de producir lo que Marx describió acertadamente como pedantes eclécticos.
Marx observó una vez: “Entre la filosofía y el estudio del mundo real media la misma relación que entre el onanismo y el amor sexual”.[3] La filosofía burguesa moderna prefiere la primera al segundo. En su obsesión por combatir el marxismo (y el materialismo en general), ha arrastrado a la filosofía al peor período de su pasado viejo, gastado y estéril.
Un periodo de decadencia
Nuestra propia época es un período de decadencia. El sistema capitalista muestra claros síntomas de decadencia terminal. Aquí nos enfrentamos a una paradoja. Por un lado, la marcha de la ciencia ha llevado el conocimiento humano a alturas vertiginosas. Uno a uno, la naturaleza se ve obligada a revelar sus secretos. Los viejos misterios, que hombres y mujeres intentaron explicar a través de la religión y lo sobrenatural, han sido analizados y comprendidos.
Sin embargo, a pesar de todos estos avances, la filosofía ha llegado a un callejón sin salida. Ya no tiene nada de interés que decir. Su certificado de defunción ha sido emitido por el posmodernismo, que en sí mismo difícilmente merece el nombre de filosofía.
La degeneración de la filosofía burguesa es un reflejo del callejón sin salida del propio sistema capitalista. Un sistema que se ha vuelto irracional debe apoyarse en ideas irracionales. Un hombre al borde de un precipicio no es capaz de pensar racionalmente. De manera vaga, los ideólogos de la burguesía sienten que el sistema que defienden está llegando a su fin. La difusión de tendencias irracionales, misticismo y fanatismo religioso refleja lo mismo.
La moda posmoderna que se hace pasar por filosofía en nuestro tiempo es en sí misma una confesión de la más abyecta bancarrota intelectual. El mero hecho de que esta “narrativa” posmodernista pueda tomarse en serio como una nueva filosofía es en sí mismo una condena aplastante de la bancarrota teórica del capitalismo y la intelectualidad burguesa en la época de la decadencia imperialista.
El posmodernismo niega el concepto de progreso histórico en general, por la sencilla razón que la sociedad que lo engendró es incapaz de ningún progreso. Esto no es un accidente. Millones de personas se enfrentan a un futuro incierto. La ruina general no afecta solo a la clase trabajadora, sino que se extiende a la clase media, a los estudiantes y profesores, a los investigadores y técnicos, a los músicos y artistas, a los profesores y a los médicos.
En estas condiciones, un clima de pesimismo se apodera de la intelectualidad, que ayer vio al capitalismo como una fuente inagotable de carreras y la garantía de un nivel de vida confortable. Hay un fermento generalizado en la clase media, que encuentra su expresión más aguda en la intelectualidad. Esta es la base material del estado de ánimo que aflige a la clase media, una clase que, aplastada entre los grandes capitalistas y la clase obrera, siente agudamente la precariedad de su situación.
Apostasía
Los estados de ánimo radicales del intelectual pequeño burgués tienen un carácter muy inestable. Si bien puede ser infectado por el optimismo revolucionario de la clase trabajadora durante los tiempos de la lucha de clases en ascenso, rápidamente puede girar en dirección contraria. Los intelectuales radicales chic que habían coqueteado con la revolución en 1968 se desanimaron rápidamente. La gran mayoría, sobre todo en el mundo académico, quedaron dominados por el pesimismo y la incertidumbre.
Decidieron que la clase trabajadora los había defraudado y, por lo tanto, abandonaron todas las “metanarrativas” (especialmente el marxismo) y se volvieron en la dirección del escepticismo, que era simplemente un reflejo de su propio estado de ánimo. No es casualidad que las ideas que llevaron al posmodernismo se pusieran de moda en los años setenta, ochenta y noventa como reacción a las derrotas de una serie de revoluciones en todo el mundo, derrotas que se vieron agravadas por el colapso de la Unión Soviética. Este fue el suelo en el que las raíces venenosas del posmodernismo florecieron y se fortalecieron.
El mismo fenómeno se puede observar después de cada revolución derrotada en la historia. Fue exactamente el mismo proceso que condujo al crecimiento de tendencias irracionales y místicas después de la derrota de la Revolución de 1905 en Rusia. En Materialismo y empiriocriticismo, Lenin mostró brillantemente que las filosofías de Mach y Avenarius eran malas copias de Berkeley, Kant y Hume.
La única diferencia es que los genios posmodernistas de hoy son simplemente malas copias de malas copias. Desesperados por parecer originales y esforzándose por ocultar su total falta de contenido real, se esconden detrás de una barrera impenetrable de lenguaje incomprensible, enrevesado e intencionalmente ambiguo.
Palabras, palabras, palabras…
Polonio: ¿Qué lee, mi señor?
Hamlet: Palabras, palabras, palabras.
Hoy en día, los idealistas subjetivos se reducen a luchar en una desesperada acción de retaguardia, que equivale a la total disolución de la filosofía, reduciéndola por completo a la semántica (el estudio del significado de las palabras).
Los posmodernistas dotan al lenguaje de poderes extraordinarios. Argumentan que si cambiamos las palabras que usamos en el lenguaje cotidiano, teniendo cuidado de evitar ofender al usar términos “opresivos”, entonces aboliremos la opresión misma. Pero la verdadera opresión que sufren cada día millones de trabajadores, campesinos, mujeres y pobres no es causada por el mal uso del lenguaje, sino por las condiciones reales de una sociedad que está marcadamente dividida entre ricos y pobres, explotadores y explotados.
No se cambia la esencia de una cosa cambiando su nombre. Shakespeare escribió que una rosa con cualquier otro nombre olerá igual de dulce. Y el capitalismo con cualquier otro nombre siempre olerá tan mal. Aquí tenemos la prueba más sorprendente de la corrección del célebre dicho de Marx: el ser social determina la conciencia.[4]
Esta obsesión por las palabras es sólo un reflejo del modo de existencia del intelectual pequeño burgués que contempla la vida desde la comodidad de la sala de seminarios de la Universidad. Este modo de existencia está muy alejado del mundo real de los mortales ordinarios.
El carpintero produce mesas y sillas. El alfarero produce vasos y platos. El agricultor produce patatas y coles. Pero el intelectual sólo produce palabras, muchas, muchas palabras. Estas palabras son leídas por otros intelectuales, que producen otras palabras para ser leídas por otros intelectuales. Y así sucesivamente, y así ad infinitum.
Normalmente, este es un pasatiempo bastante inofensivo, que sirve para llenar las existencias, por lo demás bastante vacías, de los monjes de la academia, proporcionándoles un sentido de propósito, que, sin embargo, sigue siendo un misterio para el resto de la humanidad sufriente.
De cualquier manera, las cosas cambian sustancialmente cuando algunas de estas misteriosas palabras salen de los confines de la Universidad y comienzan a afectar el pensamiento de los seres comunes de una manera muy negativa.
Ya es bastante negativo que generaciones de estudiantes universitarios salgan de sus estudios aún más estúpidos y confundidos que cuando empezaron. Pero cuando la misma estupidez y confusión comienza a infectar a la sociedad y la política, deja de convertirse en un motivo de entretenimiento y se convierte en un asunto muy serio.
Consecuencias reaccionarias
El posmodernismo es la forma más extrema de idealismo. Es un rechazo del materialismo, la característica compartida de la experiencia y la percepción humanas y un rechazo de la posibilidad de la solidaridad humana. En lugar de la solidaridad de clase, se nos ofrece una “alianza externa” superficial de luchas atomizadas.
Pero incluso esta noción confusa se derrumba cuando estos “aliados” inmediatamente comienzan a atacarse e insultarse los unos a los otros en las diatribas más violentas, cada uno gritando que son los oprimidos, mientras que los demás son todos opresores a los que hay que silenciar por completo.
Este tipo de “filosofía” claramente se adapta muy bien a los propósitos de los estrategas de la clase dominante. Pueden usarla para dividir y descarrilar la solidaridad de clase y al mismo tiempo blandirla como un arma contra el pensamiento racional y progresista en general, y el marxismo en particular.
De este pantano confuso de ideas a medias, inevitablemente fluyen ciertas conclusiones: un rechazo de la revolución a favor de las “pequeñas acciones” (como las discusiones mezquinas sobre palabras y “narrativas”), una retirada hacia la subjetividad y, por supuesto, una negación de la lucha de clases.
Este radicalismo terminológico puede hacer que algunos intelectuales de clase media duerman mejor en sus camas, pero no avanza ni un milímetro la lucha contra la opresión. De hecho, lo retrasa. Al elevar “mi” opresión particular sobre “la tuya”, llegamos inevitablemente a una compartimentación creciente y, en última instancia, a una atomización del movimiento.
Todo esto ha servido para confundir y desorientar a toda una generación de jóvenes que han sido desviados de la causa de la revolución socialista y empujados a un pantano venenoso.
Algunas personas pueden objetar que el posmodernismo ya está pasado de moda. Dicen que representan tendencias completamente diferentes. Pero este argumento es falso y poco sincero. El posmodernismo es un monstruo con cabeza de hidra que muta constantemente, al igual que el coronavirus. Reaparece en una multiplicidad de disfraces: postestructuralismo, poscolonialismo, teoría queer y toda una serie de teorías de las llamadas políticas de identidad.
Todas estas variantes tienen un carácter reaccionario, sembrando confusión y dividiendo deliberadamente el movimiento en una miríada de tendencias y subtendencias en disputa, cada una proclamando en voz alta que solo ella tiene el derecho a ser considerada como la verdadera víctima de la opresión, y que todos los demás son opresores.
Y mientras el movimiento está ocupado destruyéndose a sí mismo con una serie de conflictos intestinos sin sentido, los verdaderos opresores - los banqueros, capitalistas e imperialistas - se sientan y se ríen de la estupidez de la gente que, consciente o no, está haciendo el trabajo sucio de la contrarrevolución.
En la medida en que estas ideas venenosas han logrado penetrar en el movimiento obrero, donde los burócratas de derecha y ciertos “izquierdistas” descarriados se apoderan de ellas con entusiasmo, juegan un papel altamente destructivo, distractor y divisivo.
¡Ya es hora de decir basta! Debemos declarar la guerra a esta filosofía reaccionaria y expulsar estas ideas del movimiento. Solo así se podrá abrir el camino para el avance del movimiento obrero y la unidad de todos los oprimidos bajo la bandera de la revolución socialista.
Alan Woods
Londres, 17 de junio de 2021
[1] VI Lenin, “Sobre el significado del materialismo militante”.
[2] VI Lenin, What is to be done?, (Londres: Wellred Books, 2018).
[3] Karl Marx, Friedrich Engels, “C. El Liberalismo humano,” La ideología Alemana, (Marxists Internet Archive, 1959).
[4] Karl Marx, “Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política”.