Se cumplen 20 años de las jornadas que abrieron una nueva época histórica en nuestro país, el Argentinazo. La irrupción de las masas en las calles, a través de la acción directa, asestó un mazazo a la cultura dominante de los años ’90 del libre mercado que se había abierto paso a sangre y fuego con la dictadura de 1976.
La bronca acumulada, después de años y años de ajuste, pobreza y desocupación irrumpía como un volcán, con una consigna clara: ¡Que se vayan todos!
El Argentinazo sacudía al país como uno de los estallidos sociales más grandes de la historia y uno de los movimientos más profundos y radicales desde los años ‘60 y ‘70 junto al Cordobazo y los demás Azos que se desarrollaron a lo largo y ancho del país.
La insurrección popular que derribó al gobierno de Fernando de la Rúa se expresó de manera abierta el 19 de diciembre de 2001, como producto de la confiscación de los ahorros bancarios a miles de trabajadores que durante años guardaron en los bancos sus pequeños ahorros, seguido de la declaración del estado de sitio una vez que las masas comenzaron a ganar la calle. La prohibición de las reuniones públicas fue respondida con manifestaciones masivas desde la medianoche hasta la madrugada. La rebelión era imparable.
Mientras la dirigencia política patronal se aferraba a las exigencias drásticas de la banca transnacional y el FMI, miles de trabajadoras y trabajadores salían a la calle a decir basta al saqueo. Se masificaron así las movilizaciones, cacerolazos y asaltos de alimentos en las grandes cadenas de supermercado de las ciudades del país y el conurbano de Buenos Aires.
La pobreza llegaba al 57,5% de la clase trabajadora, la indigencia al 27,5% y la desocupación al 21,5%, todos niveles récord.
El 20 de diciembre a las 16 horas, De la Rúa anunció por cadena nacional que no dejaría la Presidencia y convocó a la Unidad Nacional.
Mientras tanto, en las calles el aparato del Estado enfrentaba las movilizaciones con palos, balas y gases. La represión policial fue brutal y dejó 5 muertos, 227 heridos, y más de 300 detenidos en la Plaza de Mayo. A nivel nacional fueron 39 los asesinatos en manos de la fuerza represiva del Estado.
Cerca de las 19 horas, Fernando de La Rúa, dejaba la Casa Rosada en el helicóptero presidencial presentando su renuncia ante la magnitud del movimiento de masas. La tan mentada Unidad Nacional a la que había convocado unas horas antes mostró a todas luces la fisura que había en la clase gobernante. A su salida del gobierno, le sucedieron ¡otros cinco! presidentes en una semana.
El surgimiento de las asambleas populares, el fortalecimiento del movimiento piquetero, las ocupaciones de decenas de fábricas y establecimientos productivos que se encontraban cerrados por la crisis y que fueron puestos de nuevo a producir por sus trabajadores, las innumerables marchas a lo largo y ancho del país, rebelaban el desarrollo directo del Argentinazo.
Aunque la rebelión no tenía una organización ni propuestas unificadoras, sí estaba claro lo que no se quería. Se rechazaba el constante ajuste económico, la santificación del mercado, el desempleo, el hambre, la destrucción de la salud y la educación públicas, el rechazo a la represión de la protesta social y también a los nefastos personajes que encarnaban estas políticas.
El papel de los mediadores y sus instituciones estaba herido de muerte y el andamiaje político del neoliberalismo se estaba derrumbando: la justicia, la maldita policía, el parlamento y los políticos que representaban los intereses de las multinacionales y la gran burguesía; la mentada gobernabilidad era en definitiva lo que se caía. Es en este contexto de rechazo a toda forma de delegación de poderes y funciones que surgen las Asambleas Populares. Estas asambleas barriales germinaron en gran parte de la ciudad de Buenos Aires, en numerosos barrios del conurbano bonaerense y en varias de las más importantes ciudades del país asumiendo el método organizativo de la democracia directa. Estas asambleas implicaban un proceso de construcción de poder que podía (y debía) ser potenciado como el embrión del futuro poder de la clase trabajadora en oposición al Estado de los capitalistas y su democracia formal.
Lamentablemente los dirigentes de los grupos de izquierda no estuvieron a la altura de las circunstancias y se cometieron distintos errores. Fue justamente en esos meses de ebullición política de masas que se hizo evidente la ausencia de una alternativa política de izquierda con autoridad entre la clase obrera que impulse un programa de transición que, partiendo de las reivindicaciones de la clase trabajadora, propusiera transformaciones de fondo para terminar con las estructuras económicas y políticas de la explotación capitalista, como la nacionalización de las palancas fundamentales de la economía (banca, latifundios, grandes empresas, ferrocarriles, petróleo y recursos naturales) bajo control obrero junto con el reemplazo del aparato estatal a partir de los gérmenes de democracia obrera que fueron las Asambleas. Era necesario potenciar en las fábricas, los lugares de trabajo, los barrios, las universidades y las escuelas estos organismos de auto organización con una política de frente único para conectar con las masas y disputar su dirección.
Por el contrario, algunos partidos de izquierda pretendían cooptar el movimiento de asambleas para imponer una línea política propia, aparateando el intento genuino de organización de masas. El caso paradigmático fue el de la Asamblea Popular de Parque Centenario donde la lucha entre dos partidos escaló al nivel de la violencia física.
Otros grupos cayeron en consignas equivocadas como la «Asamblea Constituyente» y teorizaban sobre nuevos sujetos revolucionarios.
Algunos dirigentes pensaron que las masas continuarían indefinidamente luchando en las calles y mantuvieron el boicot a las instituciones democrático-burguesas durante años.
Fue justamente la ausencia de una alternativa revolucionaria de masas la que permitió al nacionalismo burgués reciclarse de la mano del Kirchnerismo; que se vio obligado a gobernar de una manera diferente, dando curso a una serie de demandas que estaban en la calle, con el margen que le permitió la megadevaluación, con la que sale de la convertibilidad el gobierno de Duhalde en 2002, sumado al boom económico de 2003-2011. A su vez, esta recomposición del poder político de la burguesía fue mermando poco a poco el movimiento asambleario, provocando la disminución en el número integrantes de cada asamblea y la disolución de varias de ellas.
Hoy, 20 años después las condiciones para que se produzca una nueva crisis de poder se están acumulando. Esto se puede ver con claridad en la crisis del régimen político argentino, que a su vez está determinada por la gravedad de la situación social, y que ninguno de los partidos patronales puede resolver sin llevar adelante una política de ajuste que ponga en riesgo, como en 2001, la gobernabilidad. He aquí el nudo gordiano de la clase dominante.
Tarde o temprano el accidente que produzca una nueva rebelión popular encontrará su cauce. Las proporciones de la actual crisis supera ampliamente a la crisis del 2001. Se está preparando una época mundial de revolución y Argentina no será la excepción.
Pero justamente una de las lecciones principales del Argentinazo es que sin el factor subjetivo toda irrupción de masas puede disiparse, incluso una situación insurreccional, siendo capitalizada en última instancia por una facción burguesa. Es por esto, que tenemos que preparar el futuro. La tarea esencial es construir el partido revolucionario, una organización de cuadros formados en el marxismo, con raíces en cada lugar de trabajo, escuela y barrio, capaz de materializar el programa de la revolución que se expresa entre otras cosas en un gobierno de los trabajadores que ponga a la clase trabajadora en el poder.
Actualmente la dirigencia de la izquierda, que conforma el FIT-U, se encuentra atravesada por una tendencia que ya se insinuaba en 2001: la tendencia al cretinismo parlamentario. Esta tendencia deja entrever que dentro del capitalismo existe algún tipo de solución para la crisis argentina y que para esto es necesario una acumulación gradual de diputados y diputadas de izquierda. Se intenta de esta forma conciliar reforma con revolución. Por otro lado el sector de Política Obrera, siendo críticos de esta forma de electoralismo rabioso de los dirigentes del FIT-U, levantan en diferentes ocasiones la consigna de “asamblea constituyente” que en última instancia implica una demanda democrática que no plantea de manera clara la abolición revolucionaria del capitalismo.
Desde la Corriente Socialista Militante (CMI-Argentina) planteamos que los problemas de la sociedad sólo se podrán solucionar cuando la clase obrera tome el poder en sus manos, poniendo fin al dominio de la burguesía y el imperialismo a través de un plan socialista de producción. La tarea central (como en 2001) es el establecimiento del poder obrero y la extensión de la revolución a toda América Latina y el mundo, ya que la solución a la crisis tampoco se puede encontrar solo en Argentina.
Diciembre de 2001 prevalece en la conciencia de la clase trabajadora. El deterioro de las condiciones de vida de las masas se profundiza con la agudización de la crisis económica acelerando la crisis del régimen político. La bronca acumulada irrumpirá nuevamente en la Argentina como ya lo viene haciendo en otros países de la región. Pero esta vez debe encontrarnos mejor preparados, para ellos debemos acometer sin demora las tareas de la hora: Vamos por un Congreso Obrero de trabajadores ocupados y desocupados que prepare una huelga general en la perspectiva de construir un Partido de nuestra clase y un Gobierno de Trabajadores y Trabajadoras.
Este nos parece el debate más urgente que, desde la militancia debemos dar al interior de nuestras organizaciones políticas, barriales, estudiantiles o sindicales a 20 años del Argentinazo.
¡Viva la rebelión popular de 2001!
[Ver también Argentina: la revolución ha comenzado, artículo de Alan Woods del 23 de diciembre de 2001]